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La pintura de Ortega en el Ateneo

ATENEO MADRID 1956



En esta exposición con que este año inaugura su curso el Ateneo de Madrid.. vemos unos primeros cuadros de Ortega Muñoz en los cuales no puede decirse que haya titubeo ni tampoco prenuncios de lo que ha de seguir, Son los lienzos con que

inaugura su carrera artística unas muestras de un arte puramente impresionista, con todos los matices del reflejo en una ordenación de muy orgánica textura dentro de ese titilar de brillos sueltos. Ya aquí los paisajes se ordenan con rigor estructural. Cuadros claros de las más delicadas tonalidades.

Y sin apenas transición nos encontramos ya con un arte en el cual ha cambiado la gama y la visión plástica. Su larga permanencia en Italia y en los países nórdicos moderniza su visión de las formas! y éstas se hacen, súbitamente, enjutas y quietas.

Aun en sus cuadros de Venecia hay una visión silente Y, paralizada de las aguas y de las arquitecturas, Esta dirección, cada vez más ascética y retraída, encuentra su expresión en estos paisajes extremeños, de los que se ha raspado todo fulgor momentáneo quedando sólo las tierras y los árboles en su más desnuda evidencia. Las tierras empavonan sus colores.
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Una sequedad mineral libera a estos valles Y a estos alcores, apenas pronunciados, de toda luz tránsfuga. Y las formas aparecen como decantadas en unos colores tan esenciales que ya no pueden cambiar. Las cercas humildes, los árboles podados, las tierras sin cosechas, estructuran unos cuadros en los que el protagonista principal es el silencio. Hasta los cielos atenúan su azul con unas claridades de delgadas blancuras.
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Lo primero que Ortega Muñoz se plantea en estos cuadros son los límites. Límites de las cosas, de los colores y, aun, de la propia emoción, que queda como contenida y retractiva en estas formas sedimentadas en secas manchas. Huellas humanas y humildes hay en estos paisajes en los que se presienten las vastas soledades de¡ campo extremeño. Bancales acotados, caminos que en la opaca densidad de estas tierras tienen claridad de ríos, árboles esparcidos con ritmo de trabajo. De cada uno de los elementos de estos paisajes, Ortega Muñoz ha extraído su esencia permanente, lo que queda después del paso del sol y de las cosechas.
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Las tierras en el descanso de los barbechos y árboles con muñones sin savia, Añadamos a estas consideraciones sobre su tratamiento del paisaje su labor como pintor de figuras., de la cual hay aquí alguna muestra, en un retrato muy sucinto y expresivo, La misma gama cohibida la misma emotiva quietud rige la ordenación de estas figuras sin halo ambiental.

El arte de este pintor responde a ese estado de sensibilidad tan de hoy, que busca en cada cosa su estructura inalterable, Esta afición a la solidez de unas formas cuya epidermis no tiembla con los minutos, es la que ha determinado la afición a Zurbarán. Y la que nos hace amar estos paisajes de Ortega Muñoz en los que ha sabido reducir las cosas a su esquema plástico sin desvitalizarlas. Sin necesidad de acudir a su estilización geométrica.

Ahondando, por el contrario, en lo que hay en ellas de íntimo y humano, de usado por el paso del tiempo y de los trabajos de los hombres.

@comentario del crítico de arte José Camón Aznar como prólogo de esta exposición.

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